La esclerosis múltiple (EM, a partir de ahora) es una de las enfermedades neurológicas más frecuentes entre los adultos jóvenes (los primeros síntomas aparecen entre los 20 y los 40 años).
Se trata de una patología crónica de origen inmunitario que se manifiesta cuando la vaina de mielina que recubre los nervios sufre un deterioro que provoca la aparición de placas de desmielinización en diferentes zonas del Sistema Nervioso Central (SNC). Se trata de áreas del cerebro o de la médula espinal en las que se origina la destrucción de la vaina de mielina como respuesta a una reacción inflamatoria del sistema inmunitario, que ataca a las células del sistema nervioso.
La mielina es una cubierta protectora de las células nerviosas compuesta por lípidos y proteínas cuyo cometido es facilitar y aumentar la velocidad de transmisión de los impulsos eléctricos a lo largo del axón. Por tanto, el deterioro de esta sustancia provoca el retraso de los impulsos entre los nervios, lo que se traduce en síntomas múltiples y variables en función de la parte del sistema nervioso que quede dañada. Los más comunes son problemas de equilibrio, falta de coordinación, debilidad, hormigueo, temblor, alteraciones visuales, trastornos del habla, problemas intestinales y urinarios, trastornos cognitivos y de la memoria, y espasticidad o rigidez muscular, que adquiere una enorme importancia por las devastadoras consecuencias para la calidad de vida del afectado.
La EM apenas modifica la expectativa de vida de los enfermos, sino que afecta sobre todo a su calidad, ya que sin el tratamiento adecuado esta enfermedad puede generar en los pacientes un alto grado de discapacidad. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el enfermo desarrolla la complicación asociada denominada espasticidad, un trastorno motor del sistema nervioso caracterizado por la contracción permanente de algunos músculos que produce rigidez, tensión y acortamiento en los mismos, impidiendo a quien la padece moverse con normalidad. Esta complicación, que no es exclusiva de la EM, también puede afectar al habla.
La espasticidad puede manifestarse como una simple molestia o convertirse en un trastorno altamente incapacitante, debido a que provoca la reducción de la movilidad articular y puede generar mucho dolor. Por ello, sus consecuencias pueden ser de suma gravedad si no se recibe un tratamiento adecuado, ya que los problemas que desencadena la espasticidad, además de incómodos, impiden desarrollar las tareas cotidianas con normalidad, mermando sobremanera la calidad de vida de los enfermos e incrementando los costes sanitarios. Por ello, parece lógico que la identificación precoz y una terapia adecuada logren minimizar las complicaciones y permitan corregir la movilidad articular evitando que los músculos continúen deteriorándose.
En la actualidad, existen diversos tratamientos para suavizar los síntomas de la espasticidad, desde terapias físicas (fisioterapia, ejercicios de estiramiento, hidroterapia…) hasta cirugía, pasando por tratamientos farmacológicos.
Se trata, pues, de un grave empeoramiento de la EM que afecta hasta a un 84% de las personas que padecen esta enfermedad neurológica.
El daño a la vaina de mielina que provoca la EM se inicia por causa desconocida pero, en general, los científicos creen que son factores genéticos y/o ambientales los que intervienen en la etiopatogenia de este trastorno. Es una patología crónica que no tiene cura, por lo que los tratamientos contra la EM se dirigen a suavizar los síntomas y mejorar la calidad de vida del afectado. Se centran principalmente en medicamentos que frenan el avance de la enfermedad y que pueden combinarse con ejercicios físicos y un estilo de vida saludable.
Sin embargo, la variabilidad de los síntomas convierte a la EM en una patología de diagnóstico complejo que puede confundirse con otros trastornos neurológicos. Si a esto le sumamos las significativas tasas de incidencia y prevalencia de la enfermedad a nivel mundial (2´5 casos por 100 mil habitantes y 30 casos por 100 mil habitantes, respectivamente), y especialmente en Europa (3´8 casos por 100 mil habitantes y 80 casos por 100 mil habitantes, respectivamente), así como el elevado porcentaje de personas con EM que sufren espasticidad durante el desarrollo de su enfermedad (un 84%), se estima la necesidad creciente de profesionales sanitarios preparados para evaluar y tratar la espasticidad en los enfermos de EM, que suman alrededor de dos millones y medio en todo el mundo y medio millón en Europa.
En España, los datos sobre la enfermedad difundidos por la Sociedad Española de Neurología (SEN) con motivo del Día Nacional contra la EM, desvelan que la incidencia de esta patología se ha duplicado en los últimos 20 años y afecta ya a 46.000 personas en nuestro país, lo que pone de manifiesto la necesidad de intervenir a nivel clínico e investigativo contra esta patología.
En la actualidad, existe una intensa actividad científico-investigadora en el ámbito de las terapias contra la EM. Los profesionales sanitarios, así como la sociedad en general, están cada vez más implicados en la lucha contra esta devastadora enfermedad neurodegenerativa. Prueba de ello es el premio que ha recibido el libro “Alimentación sana para la Esclerosis Múltiple” de Javier Olascoaga y Tamara Castillo-Triviño, que fue galardonado con el título de Mejor Libro Español del Año 2013 en la categoría de Best Charity & Fundraising Cookbook – Europe, y competirá con publicaciones de otros países en los Gourmand World Cookbook Awards este mes.
En resumen, son varios los factores indicativos (prevalencia, incidencia, variabilidad sintomatológica, dificultad de diagnóstico, consecuencias a largo plazo, fuerte actividad investigadora, compromiso social…) de que la EM es una patología que a día de hoy precisa de especialistas preparados para atender a enfermos que sufren las devastadoras consecuencias de este trastorno neurológico, como la espasticidad, especialmente relevante por sus graves implicaciones para la calidad de vida del enfermo.
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