Neurocientífica. Profesora de Fisiología en la Universidad
de La Laguna (Tenerife)
06/11/2018
Los microorganismos que viven en el intestino representan un
inmenso ejército más numeroso que las propias células de nuestro cuerpo. Son de
tipos distintos pero conviven entre ellos guardando un cierto equilibrio. Sin
embargo, cuando se alteran las poblaciones de los microbios aumenta el riesgo
de padecer enfermedades como alzhéimer, párkinson, autismo, esquizofrenia,
depresión, adicción, ansiedad, estrés crónico, trastornos del sueño y
esclerosis múltiple. Para reducir y prevenir estos trastornos se propone la
bacterioterapia fecal: devolver el equilibrio al intestino trasplantando los
microorganismos fecales de un donante sano.
Casi dos kilos de bichos
Los microorganismos intestinales (bacterias, hongos, virus y
levaduras) nos acompañan toda la vida. Están ya con nosotros incluso antes de
nacer, y aumentan su colonización durante el parto (sobre todo si es parto
natural). Durante la lactancia y posteriormente la alimentación variada siguen
aumentando en número y tipos distintos, hasta alcanzar un equilibrio estable
durante la infancia y la adolescencia.
Los microbios nunca nos abandonan a lo largo de nuestra
existencia, manteniendo un equilibrio entre ellos según el tipo de alimentación
y estilo de vida. Se calcula que por sí solos pueden llegar a pesar cerca de 2
kilos, lo cual es enorme para organismos que solo se ven al microscopio de
muchos aumentos.
No solamente se dedican a alimentarse de lo que les
proporcionamos en el alimento, sino que producen sustancias que aportan
beneficios para las defensas del organismo y para el cerebro. De hecho, algunos
de los productos exclusivos de síntesis de las bacterias intestinales son
imprescindibles para la salud cerebral. Por ende, algunos neurocientíficos
denominan a este ejército bacteriano "el tercer cerebro" del que
depende el cerebro principal.
Dime cómo está tu caca y te diré cómo va la cabeza
Una de las primeras sorpresas en la neurociencia sobre la
conexión de la microbiota intestinal y el cerebro surgió cuando se investigaban
ratones estériles jóvenes carentes de microorganismos. Estos ratones tenían un
comportamiento anormal, mostraban menos conciencia del peligro y eran más
olvidadizos. Sin embargo, cuando se colonizaba el intestino de estos ratones
con bacterias intestinales pasaban a comportarse como ratones normales.
Desde ese momento, la proliferación de demostraciones sobre
la importancia de los microbios en la mente ha aumentado vertiginosamente. Las
investigaciones de la última década sobre todo efectuadas en animales de
experimentación han puesto de manifiesto que la falta de microorganismos
intestinales o los desequilibrios en los tipos (disbiosis) generan patologías
del cerebro.
Más aún, si se reproduce la disbiosis intestinal en un ser
sano inoculando heces de otro enfermo se acaba reproduciendo el problema mental
que el primero experimentaba. Uno de los estudios más llamativos en este
sentido se efectuó en 2016, en el que se trasplantaron los microorganismos de
las heces de personas con depresión severa a ratas experimentales libres de
gérmenes. Tras la inoculación, las ratas desarrollaban los síntomas de ansiedad
y anhedonia (apatía, pérdida de interés y satisfacción) de los donantes.
Una novedosa estrategia terapéutica que se propone
actualmente es el trasplante de microbiota fecal
En otra investigación del mismo año, se observó que algo
parecido ocurría en ratones a los que se trasplantaban los microorganismos
fecales de personas con párkinson. Los ratones empeoraban su condición física y
reproducían algunos aspectos de esta enfermedad.
Sin llegar a establecer un dogma general, éstas y otras
numerosas observaciones experimentales apuntan a que las alteraciones en los
microorganismos intestinales humanos representan un factor de riesgo para
padecer diversas enfermedades neuropsiquiátricas.
¿Cuáles son los buenos y los malos?
Si la disbiosis intestinal puede ser la causante de males
cerebrales, corregir el desequilibrio podría por consiguiente reducir el riesgo
de la neuropatología. Sin embargo, la ingente cantidad y variedad de
microorganismos intestinales que representan cientos de billones de variedades
distintas requeriría dar con una clave que es aún irrealizable en el momento
actual. ¡Mucho peor que buscar un tornillo en la Luna!
Una novedosa estrategia terapéutica que se propone
actualmente es el trasplante de microbiota fecal. Es una técnica que utiliza la
materia fecal de un donante sano para inocularlo en el tracto intestinal de una
persona con una enfermedad del sistema nervioso y restaurar así el equilibrio
de la microbiota del paciente. Aunque preliminares, se han obtenido resultados
esperanzadores en algunos casos de pacientes con párkinson, esclerosis
múltiple, alzhéimer y autismo. Otras alternativas utilizadas son el tratamiento
con probióticos (bacterias vivas ricas en alimentos fermentados).
Sin embargo, aún queda mucho por hacer y saber por lo que es
siempre conveniente mantener equilibrados los bichos intestinales que nos
habitan.
Prevenir la disbiosis intestinal
Los factores desencadenantes de desajustes en la microbiota
intestinal son variados. Hay que considerar que aunque las personas comparten
una parte estable de perfiles microbianos similares, existen también
características intrínsecas según cada tipo de intestino, como si de los grupos
sanguíneos se tratara.
Los datos científicos han constatado que las dietas
selectivas, el sedentarismo, el estrés crónico, el insomnio, los antibióticos y
fármacos, los aditivos alimentarios, el tabaco, los contaminantes ambientales,
el uso excesivo de antisépticos y la alimentación baja en fibra (menos de 25
gramos al día desde los 5 años de edad) son desencadenantes de que los perfiles
microbianos se alteren.
Por consiguiente, conviene recordar que nuestro cuerpo es un
inmenso ecosistema plagado de microorganismos. Las decisiones sobre la
nutrición, estilo de vida y tratamientos farmacológicos repercuten en la
orquesta sinfónica microbiana que nos alberga. Y el cerebro es uno de los más
sensibles a los cambios en las sintonías bacterianas que lo acaban enfermando.
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