Un estudio sueco señala que la
combinación de factores genéticos y ambientales amplifican de manera notable el
riesgo de desarrollar esta enfermedad degenerativa.
La esclerosis múltiple es una enfermedad crónica, autoinmune
e inflamatoria del sistema nervioso central (cerebro y médula espinal). La
padecen el doble de mujeres que de hombres, y, en total, afecta a más de 2,5
millones de personas en todo el mundo. En España, hay 47.000 personas que la
sufren, y cada año se diagnostican 1.800 casos nuevos, según informa la
Sociedad Española de Neurología (SEN); de hecho, el número de pacientes se ha
duplicado en las dos últimas décadas. Según explica en una nota de prensa el
SEN, “el tabaquismo, el déficit de vitamina D, la escasa exposición a la luz
solar y el cambio de dieta” podrían estar implicados en este incremento de los
casos.
Con todos estos datos en la mano, resulta obvio que es muy
necesario llevar a cabo estudios para encontrar nuevos fármacos para su
tratamiento, para retrasar su progresión. Además, los especialistas creen que
se debe apuntar a la medicina de precisión, ya que, al presentar cada paciente
un perfil de actividad de la enfermedad distinto, con síntomas que difieren de
una persona a otra, la personalización de las terapias es fundamental. Y, en
ese marco de encontrar nuevos tratamientos, también es importante estudiar los
posibles detonantes de esta patología degenerativa.
Así, un reciente estudio, llevado a cabo por el Instituto
Karolinska de Estocolmo (Suecia), ha llegado a la conclusión de que la
exposición a disolventes como los que encontramos en las pinturas y los
barnices puede incrementar el riesgo de llegar a sufrir esclerosis múltiple, y
dicho riesgo es aún mayor si este factor se combina con otros. De manera
previa, ya se había observado que fumar influye negativamente en el riesgo de
desarrollar esta enfermedad crónica en aquellas personas genéticamente predispuestas
a sufrirla, y por ello quisieron analizar otra fuente de irritación pulmonar
–como son los disolventes orgánicos– como otro posible factor de riesgo.
El estudio sueco, publicado en la revista científica
Neurology, se llevó a cabo evaluando a un total de 2.042 pacientes
diagnosticados con la enfermedad y a 2.947 sujetos que no la sufren. A todos
ellos se les preguntó si eran fumadores o no y también si se habían visto
expuestos a disolventes. También se les practicaron análisis de sangre con el
objetivo de detectar una variante genética que han relacionado con una mayor
predisposición a la aparición de la esclerosis múltiple y que portaría el 30%
de la población –la presencia de esta mutación genética no implica que la
persona vaya a desarrollar la enfermedad ni mucho menos; de hecho, la mayoría
de los portadores no la sufrirán–.
Un cóctel de factores
Los resultados de esta investigación confirmaron la relación
entre la exposición a disolventes orgánicos y un mayor riesgo de sufrir la
enfermedad, así como que la combinación del factor genético y el ambiental
–como sucedía con el tabaquismo- incrementaba ese riesgo mucho más. Y entre
aquellos participantes en el estudio que portaban la variante genética
señalada, también se produjo un efecto sinérgico –es decir, que su efecto
combinado era mayor que la suma de cada agente de manera individual– entre los
disolventes orgánicos y el tabaquismo. De hecho, los científicos suecos se han
sorprendido de que la interacción de los tres factores incrementara tanto el
riesgo: aquellas personas que presentaban los tres analizados –mutación
genética, tabaquismo y exposición a disolventes– tenían 30 veces más
probabilidades de desarrollar la enfermedad que las personas que no presentaban
ninguno de ellos.
Los científicos también explican que, por supuesto, el
riesgo de sufrir la enfermedad aumenta cuanto mayor es la dosis de la
exposición a los disolventes, de forma que un pintor profesional estaría más
expuesto que un particular que, de manera ocasional, ha pintado su casa, según
explicaba, en una entrevista concedida a la red social científica ResearchGate,
una de las autoras del estudio, Anna Hedström.
¿Qué se puede hacer para, en la medida de lo posible,
minimizar los riesgos cuando sufres una mayor susceptibilidad genética a
desarrollar la enfermedad –personas con la variante genética y además con
antecedentes familiares de la enfermedad–? Según Heström, “evitar el tabaco y
la exposición innecesaria a disolventes orgánicos, y, en especial, la combinación
de ambos factores”.
En cuanto a si estos hallazgos podrían tener una aplicación
en nuevos tratamientos para esta patología, la investigadora explica que se
necesitan más estudios para entender los mecanismos que hay detrás, pero que un
mayor conocimiento de ellos “aumentará la oportunidad de desarrollar nuevos
tratamientos en el futuro”, destaca en ResearchGate.
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